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Channel: Ruta de la muerte – Huayra Muyoj
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Pastillas de La Paz

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Un asiento roto.
Un niño que me pateaba la espalda.
Alejandro con diarrea.
Tres películas de artes marciales.
Una parejita que se puso a cantar con videos de Youtube a las 4 de la mañana.
Una batalla campal para ir al baño, que no tenía agua por estar congelada.
El niño que vomitó un par de veces.
Veinte horas de viaje.

El bus llegó a El Alto, se detuvo y el chofer gritó “parada final”. Ese día venía el Papa y estaba todo cortado. Los micros no llegaban a la terminal. Nos dejó en un barrio que no conocíamos a kilómetros del centro. La gente se quejaba pero no hacía nada. Sin merecerlo del todo, putee al chofer y me ligué un “extranjera de mierda” de un compañero suyo. Lo enfrenté enfurecida y lo hice retroceder hasta la calle. Un señor nos ayudó y nos indicó como llegar a la ciudad. Nos fuimos. Patee el micro. Tomamos un colectivo que nos dejó donde queríamos. La Paz.

Venía el Papa y era feriado. Compramos en el mercado unas manzanas y una papaya gigante a solo 5 bolivianos. La gente se apiñaba en la Plaza Mayor para ver pasar a Francisco. Se subían a cualquier lado y la policía intentaba bajarlos infructuosamente. Gritaban “papa papa papa papa paaapa papa papa papa paaapa”. Pasó a toda velocidad. Le vimos la nuca nomás. Y yo con mi papaya.

Al tercer día, empezamos a trabajar en un hostel en su página web. Al mismo tiempo, nos llegó una propuesta de otro. En el primero estuvimos cinco días, durmiendo en camas muy finas. Los baños estaban un piso más abajo que el resto del hostel y se compartían con un boliche viernes y sábados. Aunque conocimos gente muy copada: Gastón, un argentino al que le habían robado casi toda la plata en el Norte y se las rebuscaba para seguir, por ejemplo, vendiendo trufas; Facundo y Diego, dos músicos viajeros e integrantes de Ubuntu, gran banda; Raimon, un barcelonés fotógrafo callejero y hablador, inventó que era muralista para trabajar en el hostel; Aida, otra compa de Barcelona, feminista. Cansados del olor a cigarrillo permanente y de la falta de silencio (ya estamos viejos), no nos costó mucho irnos al segundo hostel. Aquí, el trabajo era mucho más interesante, ya que iban a abrir un bed&breakfast y necesitaban diseñar la imagen desde el comienzo. Hasta nos pidieron opinión sobre como pintar y decorar. Y se la dimos con toda autoridad.

Una tarde quisimos ir a la Plaza Murillo, la principal de La Paz, a dar una vuelta. Nos encontramos con que estaba vallada y cerrada al público. Un poco más adelante, la gente corría escapando de los gases que lanzaba la policía. Ya había comenzado el conflicto en Potosí y un grupo había viajado a La Paz para exigir una reunión con Evo Morales. Dormían en la Universidad Mayor de San Andrés y todos los días se movilizaban por las calles del centro de la ciudad. Todos los días, la policía pasaba en sus motos y reprimía disparando gases lacrimógenos. Los potosinos respondían con pirotecnia y con explosiones de dinamita que se escuchaban desde donde estuviéramos. Otro día que caminábamos por ahí, nos encontramos con el mismo escenario en la avenida principal. Mientras observábamos lo que pasaba a cierta distancia, por una de las calles laterales avanzó un grupo de motos. Vimos el fogonazo de una escopeta lanzagases demasiado cerca. Empezamos a correr de la mano hasta alejarnos lo suficiente, mientras el corazón se me salía del pecho a 3600 m de altura.

El 16 de julio es el aniversario del grito libertario de La Paz de 1809. La revolución fue similar a la del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, aunque derrotada por los realistas y sus líderes, ejecutados. En La Paz se celebran en esa fecha las fiestas de la ciudad. El 15 a la noche presenciamos “la verbena”; se montó un escenario en la Plaza Mayor y tocaron músicos reconocidos. Toda la avenida principal, Mariscal Santa Cruz, estaba repleta de gente tomando “té con té” y “sucumbe”, dos bebidas a base de singani, derivado de la fermentación de la uva que es típico de las borracheras bolivianas. Cientos de miles de personas repartidas en infinidad de puestitos, uno al lado del otro, compartiendo con amigos y desconocidos. Atravesamos la muchedumbre para buscar algo para comer. Encontramos un puesto de anticuchos, carne asada de corazón de vaca, acompañada con papas. La señora que los preparaba los cocinaba a fuego limpio y casi incendió a todos los que estábamos sentados ahí. Nos instalamos en otro puestito a probar un sucumbe, leche caliente batida con azúcar y singani. Cuando dieron las doce, empezaron los fuegos artificiales. Hubo hasta una cortina de bengalas cuyas luces caían sobre la multitud. Nos volvimos caminando despacito, mientras algunos ya alcanzaban estados etílicos preocupantes.

Una de las mejores cosas de La Paz es el Teleférico. Hasta ahora hay construidas tres líneas y se planean como unas cinco o seis más. Una obra faraónica con la intención de hacer más fluido el transporte hacia El Alto, muy complicado a cualquier hora del día, ya sea porque hay que subir de los 3600 hasta los 4000 metros o por la cantidad de gente que se moviliza para trabajar al centro. Nosotros nos subimos a todas las líneas que pudimos. Cuando se ve La Paz desde la altura, no se puede creer como floreció en semejante geografía. Las casas se construyen hacia arriba y tapizan todo el pequeño valle donde la ciudad parece estar encajada a la fuerza. En los terrenos más bajos, se extienden los barrios de los sectores más adinerados. Allí, hasta el clima es más benigno y hay parques con árboles y césped verde, algo raro de ver en el altiplano. Con el Teleférico, también llegamos un domingo a la gigantesca feria de El Alto. Nos habían dicho que ahí podíamos conseguir de todo, pero no llegamos a recorrerla ni hasta la mitad. A duras penas revisamos la sección automotriz, donde se podían encontrar autos enteros y en partes, la de ropa nueva y usada, la musical, donde me compré varios mp3 de folklore, la de artículos electrónicos “usados”, en especial celulares, la de muebles, carritos de hamburguesas, en fin, era interminable. Cansados, nos sentamos a almorzar un fricase, una sopa picante de puro cerdo, que es un clásico paceño.

La Paz también tiene su Valle de la Luna. Un lugar muy particular, lleno de formaciones arcillosas, enclavado en el medio de un barrio de las afueras, a 45 minutos del centro. Le hacía perder algo de su magia, pero estando en la ciudad valía la pena la visita. Almorzamos en una sombrita que encontramos en un costado de la ruta y bajamos caminando hasta el Sendero del Águila, un trekking que se metía por entre los cerros del valle al sur de la ciudad y desde donde se obtenían hermosas vistas.

El segundo hostel en el que trabajamos también tenía una agencia de viajes y canjeamos trabajo por una excursión a la Ruta de la Muerte. Hoy en día es el tour más popular en La Paz y es el que busca la mayoría de los que llegan a Bolivia. Se trata de bajar en una bicicleta todo terreno desde La Cumbre, a 4700 msnm, donde reinan el frio y el viento, hasta Yolosa, a 1300 msnm, en las Yungas llenas de vegetación, de clima cálido y húmedo. Después de ponernos toda la ropa y elementos de seguridad pertinentes (había solamente hasta talle L y Ale tuvo problemas), empezamos a bajar por la ruta de asfalto junto a combis y camiones al lado del precipicio. Más adelante, comenzaba el camino de la Muerte propiamente dicho, antigua ruta que unía La Paz con las Yungas y el Amazonas boliviano, de ripio y bastante más angosta. Atravesaba paisajes impresionantes y tan llenos de niebla que parecíamos flotar. La bici agarraba velocidad enseguida ya que el camino era bastante empinado. En una que agarré una piedra grande en el camino, casi me voy de jeta al precipicio. Tuve una tentación de risa. Fueron unos 60 km en total, pero no crean que nos cansamos mucho: era todo en bajada.

En nuestro último día en La Paz, después de tres semanas, la avenida principal se volvió a llenar de gente. Esta vez, pudimos disfrutar de un espectáculo único, la Entrada Folklórica Universitaria. Los estudiantes de la UMSA (que es como la UBA porteña) cada año preparan distintos bailes folklóricos y desfilan durante todo el día en los trajes típicos de cada danza. Morenada, tarqueada, tinkus y otros nombres que ya no retuve pasaron desde la mañana hasta entrada la noche, mientras nos despedíamos rumbo a Copacabana.

La entrada Pastillas de La Paz aparece primero en Huayra Muyoj.


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